miércoles, 8 de junio de 2011

Una apacible tarde de lectura (I)

Siempre he tenido una devoción reverencial por los libros. Para mí son un objeto de culto más allá de su valor material intrínseco. Me da igual que sean caros o baratos, lo que me atrae de ellos, como decía Borges, es que proporcionan una forma de felicidad. De felicidad y de placer.
Supongo que mi esclava no sabía nada de esto cuando ayer se atrevió a destrozar con unas tijeras un raro ejemplar comprado hace años en el Quai des Bouquinistes, junto al Sena, en Paris. Una rara edición bilingüe de Les Fleurs du Mal, de Baudelaire. Lo estuve releyendo toda la tarde, una tarde lluviosa y húmeda en la que sólo deseaba acomodarme en mi sillón  y disfrutar una vez más de la “espuma del odio” que destila ese poeta maldito. Una decisión que no debió hacerle mucha gracia a mi esclava.




Estuvo toda la tarde sentada a mis pies, acariciando mis piernas y lanzándome furtivas miradas que yo devolvía con una leve sonrisa o una caricia en su linda cabecita.
No podía imaginar lo que estaba tramando. El sueño acabó venciéndome y me dormí plácidamente mientras oía caer la lluvia y la serena respiración de mi esclava.
No sé cuánto tiempo permanecí dormido, puede que sólo media hora, tal vez más, pero el espectáculo que presencié al abrir los ojos me horrorizó…  El suelo estaba alfombrado con flores de papel que mi perrita se había dedicado a recortar de las páginas del libro. La miré con ojos desorbitados, mudo de ira, de hito en hito, y me devolvió una mirada picarona, traviesa y expectante… Todavía seguía sentada en el suelo, con las tijeras en la mano y una página a medio recortar…
.-“Señor, estas son las flores de mi mal…”, dijo con una media sonrisa y  un hilo de voz.
.-“Insensata!, ¿Sabes lo que has hecho?”.
No esperé una respuesta. Me levanté como un resorte preso de la ira y la arrastré por el cabello hasta un rincón de la estancia. Tumbé una silla en el suelo y até sus muñecas al respaldo, la dejé así, con el culo bien expuesto y su coño bien a la vista. Varias veces estuve a punto de azotarla pero me contuve. Nunca he castigado a mi perra en un ataque de ira. ¿Cómo puedes dominar a tu sumisa si eres incapaz de dominarte a ti mismo? Con esa idea en la cabeza la dejé allí sola y me fui a la cocina a prepararme un café, fumar un pitillo y calmar mis nervios.
Cuando volví  seguía en la misma posición. Movía su culo de un lado a otro en busca de algo que pudiera saciar el deseo creciente que invadía todo su cuerpo. No me inmuté.  Acerqué un sillón detrás de ella y me acomodé en la distancia justa para poder rozar sus orificios con la punta de mi zapato. La oí gemir tímidamente…
“¡Cállate puta!,-le grité-. Vas a arrepentirte toda tu puta vida de lo que has hecho”.
Cuando el cuero de mi Lotus empezó a empaparse me levanté, me puse delante de ella y acerqué el zapato a su boca.
“Limpialo, guarra. Mira como lo has dejado”.
Lo hizo meticulosamente. Su lengua se movía como una babosa lasciva por la fina piel del calzado y mi polla empezó a cobrar vida dentro de mis pantalones.
 Mi placer no había hecho más que comenzar. Cuando terminé de recoger todos los recortes de papel que había esparcido por el suelo, volví a sentarme y me dediqué a hacer bolitas de papel que iba introduciendo en su coño con parsimonia y precisión. Las empujaba hasta el fondo. Mis dedos entraban y salían de su coño sin miramientos y con cada embestida se limitaba a echar su cabeza hacia atrás con la boca abierta, los ojos cerrados y un silencio absoluto. Ella sabía que si emitía un gemido, le arrancaría la piel a tiras de las nalgas. Y eso es lo que hizo cuando cuándo la última bola de papel entró en su coño. Fue un leve grito, pero bastó para ponerme en pié y sacarme la correa.



“¡Te dije que guardaras silencio, zorra!. No voy a tolerarte una indisciplina más…” y descargué mi cinturón en sus nalgas con toda la fuerza de la que fui capaz. Una marca carmesí apareció al instante y continué azotándola hasta que me dolió la muñeca y las primeras ampollas despuntaron en su piel como burbujas sobre una lengua de lava.
“Si te ha dolido aún no sabes lo que te espera. Haré que mojes tus bragas cada vez que toques un libro…”.
Saqué el móvil, llamé a una pareja de sumisos que conocía y me senté tranquilamente a esperar que llegaran.
Mi perra seguía asimilando el dolor y una bola de papel deshecho por sus jugos se desprendió de su coño.

Adriano

3 comentarios:

  1. Ouch!!!! :S
    Saludos de lejitos, jejeje.

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  2. Deduzco que tú eres Adriano, un saludo, amigo.

    me ha encantado tu modo de expresar esa pasión por los libros que compartimos, en mi caso siempre he firmado la sentencia de Truffaut: "amo mas los libros, y el cine, que a la vida", es algo que, para quien no acaricie un libro con fervor cuasi religioso, no le sería posible entender.

    "las flores del mal", es mi San benito, he tenido que lidiar durante toda mi juventud con comparaciones odiosas con este gran genio, siendo consciente de que no le llego ni a las zapatillas.

    me ha encantado la historia, es febril; por cierto: si yo me encuentro alguno de mis libros más preciados (las películas de mi vida 3º edición con rubrica, por ejemplo)como tú te has encontrado el tuyo, me pega un ataque, ¡me da un patatús!, comprendo tu enojo. :)

    un abrazo cordial.

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  3. Antes que nada, con el mayor de los respetos, me presento ante Usted Señor Adriano, soy jalida{AD}...

    Como siempre un placer leerle, Señor (claro, no es la primera vez que lo hago)... he de confesarle que entre la comprensión y el temor me pierdo en Sus palabras Señor. Es todo un deleite, en muchos sentidos para serle sincera, jeje...

    Con Su permiso, me retiro, Señor Adriano.

    Todo un gusto conocerle.

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