domingo, 23 de enero de 2011

La primera vez (1)



Nuestro primer encuentro estuvo a la altura de los interminables meses que empleamos en conocernos a través del chat. Fue un ascenso lento e incesante hacia la cima del conocimiento muto y del deseo. Nos deseábamos como animales enjaulados en celdas separadas. Y por fin llegó el día. Como siempre hacía, mi perrita siguió mis instrucciones al pie de la letra. Un hotel a las afueras de la ciudad, una habitación en penumbra, desnuda y tumbada boca abajo en la cama. Así la encontré nada más abrir la puerta, la cara hundida en la almohada y en cruz, con las piernas y brazos bien abiertos.

Sin decir una palabra, me dedique a contemplar los nuevos territorios que me ofrecía mi sumisa paseando lentamente por la habitación y rodeando la cama como un general que inspecciona a sus tropas. Mi perra apenas podía contener la excitación de aquel silencio sólo roto por mis pasos. Su coño, así lo intuía yo, exudaba ya el néctar que pronto degustaría. Eran las señales de los movimientos reflejos de sus músculos y los gemidos apagados por la almohada. Mi perra olía a su Amo. No necesitaba oír mi voz ni sentir el tacto de mis dedos… La mía era una presencia invisible, intangible y real. Contemplaba a la mujer que amaba y me dispuse a hacerle el homenaje que merecía la bondad de su entrega.

Deshice el nudo de mi corbata sin prisas y la maniaté con ella a la espalda. Tapé sus ojos con una venda de satén negro y até sus tobillos a cada extremo de la cama. Y mientras la ofrenda a mi lujuria ya estaba lista para satisfacer mis caprichos, me dispuse a desnudarme despacio, tan despacio como se viste un torero para salir al ruedo…

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